Secularismo ¿Como nos afecta?
George Jacob Holyoake, considerado el padre del secularismo inglés, definía lo secular como aquello que en esta vida podía ser controlado por la experiencia.
Barry A. Kosmin distingue entre secularismo débil y secularismo fuerte:
- El secularismo débil afirma la libertad de religión, estando libre de la imposición de alguna religión oficial o gubernamental sobre la gente, dentro de un estado o de una sociedad que es neutra sobre los asuntos de creencia espiritual, y no da ningún privilegio estatal o subvención a religiones (mirar también la separación Iglesia-Estado).
- El secularismo fuerte establece que las decisiones y actividades humanas, sobre todo políticas, deberían estar basadas en lo que se consideran pruebas y hechos antes que en creencias con influencia religiosa. Las doctrinas religiosas están basadas en lo que consideran una verdad absoluta, mientras que el secularismo está basado en la razón que fue desarrollado durante la Ilustración. Los secularistas creen que todas las actividades que caen fuera de la esfera privada deberían ser seculares; es decir, no religiosas (véase la Razón pública).
En mi opinión el secularismo es un ideal humano, una concepción de la vida toda desde la perspectiva de la lógica racional del ser humano. Es desde esta comprensión del todo desde donde se vive la experiencia que se interpreta como libertad, y esa libertad secular es libertad del dominio de los mandamientos de Dios que es lo que es en fin lo que llamamos, religión (de ligar al hombre con a Dios).
En lugar del dominio de los mandamientos de Dios (religión) sobre la vida humana se coloca el dominio de la razón. Esto constituye la oposición de la razón humana al mandamiento de Dios, el cual se entiende como negación de la libertad (libre albedrío)
El secularismo es la ideología que apunta a separar a Dios de la vida pública y pretende «la sistemática eliminación de cuanto hay de cristiano» que «domina desde hace tres siglos el pensamiento y la vida de Occidente»
“El secularismo afecta la vida de fe, golpea a la familia y debilita al cristiano en la lucha contra el mal. Elimina el concepto de pecado, o promueve una concepción light del mismo, como si ya no existiera el pecado mortal, que enfrenta al hombre con Dios”.
El Secularismo es un movimiento de ideas y costumbres, defensor de un humanismo que hace total abstracción de Dios, y que se concentra totalmente en el culto del hacer y del producir, a la vez que embriagado por el consumo y el placer, sin preocuparse por el peligro de ‘perder su propia alma’, no puede menos que minar el sentido del pecado…
Secularización, secularismo y laicismo pueden ser tomadas como sinónimos que se funden y encuentran en su justificación temática en el término común que los comprende: el humanismo sin trascendencia.
No deja de llamar la atención una suerte de esquizofrenia que se percibe en la vida cotidiana de muchos latinoamericanos. Según ésta en nuestras tierras coexisten por un lado instituciones y costumbres cuyo sentido original y profundo hace explícita referencia a Dios y lo trascendente, con otras -más recientes, o reinterpretaciones de las anteriores- que portan una carga cerrada en lo horizontal e inmanente. Así sucede, por ejemplo, con la pérdida del sentido religioso de sacramentos como el bautismo y el matrimonio y su mera sustitución por registros civiles o su reinterpretación como celebraciones predominantemente sociales; o con el modo superficial y huidizo como se enfrenta la muerte y se alienta a los deudos, aún en la presencia de toda una simbología religiosa; o en los criterios relativos y cambiantes que se utilizan para justificar en un caso un comportamiento ético, que en otro se desaprueba; entre otros muchos ejemplos.
Secularismo es la palabra que designa un movimiento ateo y materialista que se estableció en Inglaterra hacia mediados del siglo XIX, contando en un momento dado con cientos de miles de seguidores.
George Jacob Holyoake, por William Holyoake |
Bajo la guía de Holyoake el secularismo fue un movimiento relativamente manso, pero a principios de la década de los 80 del siglo XIX su carácter cambió bajo el liderazgo de Charles Bradlaugh, siendo no sólo radical en política, sino enconadamente hostil a toda forma de religión, hasta adoptar una especie de ceremonia religiosa elaborada por el amigo de Bradlaugh, Austin Holyoake, y titulada Rituale Holyoakense, sive hierurgia secularis. En ella las formas más vulgares de secularismo revelaban un cierto grado de afinidad con el positivismo, mientras que los seguidores más cultos del movimiento preferían denominarse a sí mismos "agnósticos". Desde las últimas décadas del siglo XIX el secularismo como secta distintiva parece haber desaparecido más o menos, pero su semilla se ha introducido en forma de radicalismo anticristiano en casi cada aspecto de la vida.
La crisis del mundo moderno, que abarca al Estado, a la
sociedad y al hombre es, ante todo, una crisis religiosa. Y por ello
es también, una crisis política, social, institucional y moral. Es,
también, entre muchos católicos que intelectualmente aún permanecen
en la integridad de los principios, una crisis de coherencia
entre la fe y el comportamiento; entre lo que se dice creer
y lo que se practica y se vive; entre los fines que supone su cosmovisión
y los fines a los que verdaderamente se dedica.
Es bien sabido que desde que hace ya más de tres siglos
se produjo la crisis del pensamiento europeo (1), el mundo
moderno se ha caracterizado por su creciente secularización,
que no ha sido otra cosa que el creciente rechazo sistemático
de Dios, de la religión revelada (2). Pero un mundo sin Dios no
hace sino rendirse ante diversos ídolos que lo dominan hasta
destruirlo O).
(*) Comunicación al
Fundamentalmente no hay nada que inventar. Basta con renunciar
a esas causas anteriormente señaladas. Hay que retornar a la "comunidad
política cristiana", con todo lo que ello presupone y significa (20).
Es necesario volver al fundamento natural de las sociedades,
lo cual sería suficiente si no se hubiera producido hace dos milenios
un hecho esencial, la encarnación de Nuestro Señor Jesucristo.
Las sociedades paganas, aun en el cénit de su perfección,
resultaron insuficientes para permitir y coadyuvar al desarrollo
perfectivo del hombre en toda su integridad y para respetarle
como persona. La aportación del cristianismo fue fundamental y
aún hoy es sobre los restos de las sociedades, de sus
principios y de sus instituciones, sobre los que se sostiéne el edificio
ruinoso de la sociedad moderna. Por eso, el cristianismo previene contra todo intento de construcción social utópico que prescindiera
de los fundamentos naturales y divinos de la sociedad:
"la civilización no está por inventar, ni la nueva ciudad por construir
en las nubes. Ha existido, existe: es la civilización cristiana,
es la ciudad de Dios. No se trata más que de instaurarla y restaurarla,
sin cesar, sobre sus fundamentos naturales y divinos".
¿Cómo lograrlo o al menos intentarlo? No se trata de imposiciones
dogmáticas, sino de un cambio de voluntades. Las mentalidades
y los errores en que ellas han caído, cuyas consecuencias
se ven en la crisis actual, son fruto de una voluntad deliberada
que ha emitido "su opción", imponiendo al entendimiento un
asentimiento que va más allá de lo que percibe aquél, o incluso
contra lo que aquél capta cuando se trata de evidencias. Y es respecto
a estas últimas donde esa voluntad, esa "mala voluntad",
aparece con más claridad.
Si de verdad se quiere mejorar, no sirve de nada empezar por
negar las cosas o emplear eufemismos. En todo el desarrollo de la
cultura moderna el hombre "ha querido". Y cuando su razonamiento.
to discursivo ha errado en sus conclusiones, previamente "había puesto"
unas premisas falsas. Las cosas son en sí mismas verdaderas,
puesto que expresan su ser. Y el entendimiento no es causa del
error, sino que éste surge con apariencia de verdad en aquél.
El hombre se proclamó autor de la verdad; afirmó que la realidad
no tenía consistencia ni naturaleza propia, por lo que estaba
sujeta al poder del hombre. El hombre, en una palabra,
"quiso". No se trata, pues, más que de querer otra cosa. Otra cosa
acorde con la realidad, con la naturaleza de las cosas. Con su
propia naturaleza. Pero, naturalmente, ese querer, esa voluntad
necesita suprimir los motivos que la llevaron a tan gran cúmulo
de errores: la soberbia, el amiguismo, el odio, las pasiones en
general, el no sufrir la sana doctrina.
Así, sólo así, será posible volver a la ley natural con sus prescripciones
vinculantes para todos, con sus absolutos morales y sus principios informadores de toda actividad humana, y al
derecho natural y positivo como expresiones de lo que es justo
según el orden de la naturaleza de las cosas, bien en sí mismo,
bien por decisión humana. En lo opinable, las decisiones humanas,
si son razonables, serán más o menos afortunadas o sabias,
lograrán mejor o peor el fin propuesto, según se preste mayor o
menor atención a la realidad, a las causas y a los fines, es decir,
según se obre con mayor o menor prudencia política (24), pero
en sí mismas no causarán graves trastornos, tanto por la condición
de historicidad que Ies es inherente, como por la materia y
ámbito en que cabe efectuarlas.
Pero no hay sociedad justa sin hombres justos, ni los principios
pueden perdurar si no se vive de acuerdo con ellos. La fe
sin obras es fe muerta. Por ello, si en las anteriores consideraciones
era diferente el ser o no cristiano, en lo que sigue me refiero a
las exigencias que tiene ante sí quien profesa la religión cristiana.
La tercera sección de este congreso contempla el tema del
hombre ante el tercer milenio. El cristiano ante ese reto, no tiene
ante sí algo esencialmente distinto a lo que tuvieron los que le
han precedido en dos mil años de historia. Permanecen siempre
los mandatos de Cristo: ama a Dios sobre todas las cosas y al pró-
jimo como a tí mismo. Eso supone una vida coherente con la fe,
en la que su comportamiento sea acorde con sus principios. Lo
que tiene una evidente componente íntima y personal, pero también
una proyección pública y social en la que esa vivienda se
manifiesta irradiando pensamiento y obras que plasman en instituciones.
Uno de los retos del cristianos ante el tecer milenio es la
recristalización de las sociedades, lo que el cristianismo insistentemente
alude como "nueva evangelización". Reto tanto más
acuciante cuanto más firmemente había cuajado en la sociedad y
tanto más asequible cuanto menor es su actual alejamiento.
Una de las causas de la actual situación, someramente descrita,
es el habernos acomodado a las circunstancias en las que
vivimos, confonnándonos con la vida agradable que nos proporciona
una sociedad desarrollada, de la que llegamos a compartir,
quizá no de modo totalmente reflexivo, incluso sus criterios de
una doble verdad moral —lo que debo hacer y lo que realmente
hago—, sin aparente desasosiego o fractura con nuestros principios.
Pero no es indiferente para el restablecimiento de una
sociedad cristiana nuestros pecados. De un lado, porque de ese
modo cortamos el hilo que nos une a Dios, renunciando al poder
de la gracia y fiándolo todo al poder de lo natural; de otro, porque
al final, lo que pretendemos y esperamos es que sean otros
—los que viven coherentemente su fe— los que se esfuercen y,
si es posible, consigan ese fin, que aunque apetecido, no lo es
suficientemente como para modificar nuestros comportamientos. la fe cristiana, en la exhortación apostólica, nos recuerda con claridad que el pecado que es
"exclusión de Dios, ruptura con Dios, desobediencia a Dios" (27),
repercute siempre, con daño, en toda la familia humana, por lo
que no afecta exclusivamente a aquél que lo comete (28). Por
eso, un catolicismo líght o un catolicismo tocado en mayor o
menor medida por la "nueva moral", no puede, de ningún modo
contribuir a la recristianización social. Hay que vivir y comportarse
como Dios manda.
E-mail teodorodarnott2018@gmail.com
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